Érase una vez un conserje muy antipático de unas oficinas, que apenas se hablaba con nadie y si lo hacía era para criticar, discutir o regañar. Estaba tan arisco en su cabina, cuando entran dos chicas que trabajaban allí y, muy amablemente, le saludan:
-¡Buenos días, buenos días!
A lo que el desconfiado y gruñón conserje contesta:
-Sí, sí, buenos días... ¡Eso lo decís con sarna!
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